Por Ramiro Ross
Todos los sistemas, como así también las clases sociales, buscan (necesitan) un arte que los represente, una forma de llegar a la gente, en el caso del capitalismo para manipularla, y de aportar ideas, denunciar, plantear objetivos, en el caso de socialismo, y esta batalla se manifiesta en toda forma de arte.
No existe el arte inocente, toda manifestación artística esta ‘contaminada’ de ideología, y esto puede ser, para el artista, en forma deliberada o inconsciente, y si bien al decir esto último corremos el riesgo de críticas, sabemos que el capitalismo, con su poder económico, nos envía desde los países centrales y en forma aluvional, los parámetros en que deben moverse todos aquellos que quieran tener un lugar en las grandes galerías, salones de exposición y que sus trabajen participen del festival de los grandes remates de arte donde se compran y se venden cuadros y otras obras, más por la firma que llevan que por sus valores artísticos, pero eso a nadie parece importarle mucho.
La llamada ‘industria cultural’ dentro del capitalismo, tan en boga desde hace unos años, cumple la función de un político o un embajador, tiene por objetivo imponer, en el país que le permita el acceso, su modo de pensar, sus proyectos políticos y últimamente, instalar una nueva visión del arte, que a veces consiste en dar por cerrada toda cultura antigua (vieja) e instaurar una nueva, que lleve a olvidar todo lo vivido por un pueblo a través de su historia, si esa historia no sirve a sus intereses. Cada vez que el capitalismo quiere apropiarse de un país, necesita hacer cambiar al pueblo su forma de sentir el nacionalismo, sabe, por experiencia, que un pueblo sin memoria es un pueblo manejable e inestable ideológicamente. No fueron casualidad los bombardeos sobre Bagdad que las fuerzas norteamericanas necesitaron hacer para quedarse con su petróleo. Sabían que para quebrar al pueblo, debieron borrar literalmente del mapa a Bagdad, pues sabían lo que esa ciudad y su cultura representaban para el pueblo de Irak.
Si nos preocupamos por tratar entender cuál es la cultura que nos quieren imponer, veremos que se basa en la idea del ‘hombre excepcional’, la figura del súper héroe que tan reiteradamente nos enviara la industria cinematográfica de Estados Unidos de posguerra, la ya gastada figura de un vaquero que llega a un pueblo atravesando el desierto y lo encuentra asolado por un pequeño grupo de ‘bandidos’, que tienen a todos intimidados “porque el hombre común es cobarde” (y en este punto podemos recordar el film ‘A la hora señalada’ es uno de los mas explícitos, y en los 70’ la figura de Rambo con todas sus variantes), pero él, el único valiente, se enfrenta a los ‘malvivientes’ y luego de vencerlos, se aleja de allí cabalgando lentamente o es impuesto como sheriff.
Esta figura del superhéroe, que la literatura nos había impuesto con novelas como “El conde de Montecristo” de Dumas y tantas otras, ya había sido analizada por Marx y Engels en ‘La sagrada familia’, y nacen para la pequeña burguesía que consume las historias como una forma de escapar. aunque sea en forma imaginaria, de la monotonía y como manera de evadirse de la mezquindad de su vida cotidiana, como tan lúcidamente los analizara Gramsci, estas novelas que nos dejan como mensaje definitivo, que sin ese hombre excepcional no existen soluciones, y por consiguiente, nosotros (lectores) no debemos esperar la solución a partir de la unidad del grupo (clase obrera) como organización, y que solo el ‘hombre providencial’ nos dará, supuestamente, las soluciones a nuestros males como pueblo.
Todo esto se enmarca en la enfatización del culto a la personalidad, tan defendido por hombres como Bernard Shaw, ese intelectual que pregonaba la idea de un mundo dirigido por intelectuales (los ‘mejores’), dejando para la clase obrera, la lastimosa tarea de aceptar los mandatos que le lleguen desde la casta ‘superior’.
Ya el siglo XIX había demostrado que dios no existía (Nietzsche), por lo tanto, a su modo de ver, solo quedaba el superhombre como opción, ya que, al no existir dios, no se pueden arreglar los grandes problemas del mundo con una simple y perezosa oración.
La idea del superhombre raya claramente con el fascismo.
Volviendo a nuestro tema, podemos decir que el arte pasa a ser un campo de disputa y de exposición de los valores necesarios para el desarrollo de una ideología que representa a una clase, por lo que todo ámbito de vida social, o sea artística, es objeto de lucha política.
Debemos tener presente, a los efectos del análisis, que el pequeño burgués, aunque adhiera emocionalmente a los valores del socialismo, se ve en la contradicción de no poder sostenerlos en su vida diaria. La vida real, llena de presiones, bajezas, y límites que le impone el sistema capitalista, sumado a la debilidad intrínseca de su clase para superarlos, muchas veces hace que termine por rechazarlos, argumentando la ‘imposibilidad’ de llevarlos a la práctica, para no tener que asumir su falta de fuerza moral (convicciones).
A fin de poder descubrir hasta qué punto la burguesía hace pasar todo su accionar por el filtro de la política (aunque paralelamente hable mal de ella para desprestigiarla), alcanza con observar el derrotero que da la bibliografía respecto de la historia argentina a través de los tiempos.
El primero que se dio a la tarea de enmarcar la historia a partir del proyecto ‘hombre extraordinario’, fue Mitre y su forma de exaltar a los grandes ‘héroes’ de la ‘patria’ que construyeron una ‘nación’ para todos los ‘argentinos’, sin diferenciar las distintas clases sociales, o sea somos todos iguales, no importa si somos explotados o explotadores.
El libro de texto es fundamental a la hora de difundir los valores de la burguesía y, al ser casi la única herramienta de educación de las clases explotadas (proletariado), tienen el camino libre para formar a los jóvenes para ser funcionales a sus intereses. Es fácil ver como se sigue enseñando a través de una historia fáctica del tipo “reyes y batallas” como si no hubiera una historia rica en hechos y luchas sociales que los jóvenes deberían conocer.
Al finalizar la segunda guerra mundial las matanzas y genocidios que habían perpetrado los nazis en los campos de concentración salieron a la luz pública a través de filmaciones, fotos y archivos que recorrieron el mundo, en ese momento, atormentado por lo que veía, Adorno nos dejó su pregunta fundamental: "¿Se puede hacer poesía después de Auschwitz?" , esta pregunta, desató una serie de debates, mesas redondas y escritos que, a nuestro juicio, dejaron en claro que si el arte es fundamental en la realización de un pueblo, luego de esas experiencias, se transforma en una herramienta imprescindible de liberación.
Ramiro Ross
ramiroross07@hotmail.com
Especial para El Ortiba